Es inevitable, un impulso que sale desde adentro y que muy difícil podamos controlar. No importa si es un amigo o un desconocido, cuando alguien se cae la risa se desata casi de inmediato. Se trata de uno de los tipos de humor más universales y atemporales de todos pero ¿por qué las caídas de los demás nos parecen tan graciosas? Según la psicología se trata de una particularidad de este suceso.
La psicología detrás de las personas que aman la Navidad ¿cuáles son los efectos de las fiestas en el cerebro?Ver una persona desplomarse en el piso y luego intentar reincorporarse con una actitud digna es un escenario lo suficientemente chistoso para desatar una carcajada masiva. La víctima probablemente se sentirá avergonzada mientras que para otros será un momento de diversión. Y aunque parezca una falta de empatía o un sádico disfrute del sufrimiento de otros, los estudios han demostrado que los motivos no son tan moralistas como pensábamos.
Reírnos de las caídas es una de las formas de humor más históricas y universales
La caminata poco coordinada y los tropiezos espectaculares de Charles Chaplin son solo una pequeña noción de que en la historia siempre nos dieron risa las torpezas ajenas. Ver caer a alguien resulta bastante gracioso y es algo que la ciencia y la filosofía han intentado descifrar durante muchos años. ¿Que mecanismo será el que nos hace reírnos en oportunidades no siempre convenientes?
Para los estudiosos no se trata tanto de una reacción despiadada si no asombrada. Todos esos programas de entretenimiento y compilados de videos graciosos sobre caídas por rampas infames y suelos resbaladizos tienen como único objetivo provocar risas y sorprender al público con situaciones inesperadas y alocadas. Y la clave está ahí, en el factor sorpresa.
La risa ante las caídas: una respuesta ante un suceso inesperado
Según un artículo del medio ABC, hablamos de la teoría de la incongruencia. Caerse no es lo que toca en el curso normal de la vida, es inesperado. Tal y como explicaba el filósofo alemán Schopenhauer en 1818, la carcajada aparece cuando surge algo que nos descoloca. En su obra El mundo como voluntad y representación, el autor incluye una explicación acerca del tema: "La risa no tiene otra causa que la incongruencia repentinamente percibida entre un concepto y el objeto real que por él es pensado en algún respecto, y es solo expresión de tal incongruencia". En otras palabras, nos parece muy graciosa la inesperada imagen de una persona desplomada en el piso y no caminando erguidamente en dos pies como esperaríamos.
Ya en el siglo XX, fue el psiquiatra norteamericano William F. Fry, profesor emérito de la Universidad de Stanford fallecido en 2014, quien avaló esta teoría. Especialista en la ciencia que estudia los efectos de la risa en el cuerpo y en la mente, Fry llegó a la conclusión de que hay varias claves que contribuyen a las risas desenfrenadas: que esperábamos una cosa y sucede otra, que a la víctima del golpe no le ha pasado nada grave y que no la conocemos de nada.
Aunque parezca un acto despiadado, la risa también es considerada
También el investigador estadounidense conocido por su trabajo como neurocientífico cognitivo Scott Weems expuso su postulado al respecto. En su libro de 2014 titulado Ja, la ciencia de cuándo nos reímos y por qué, Weems explica que el humor es de naturaleza confrontacional: para que algo te provoque una carcajada tiene que superar cierto umbral de incomodidad. De hecho, añade, "el conflicto entre querer reírnos y no estar seguros de que debemos alimenta el humor".
Para terminar y para dar cuenta que a pesar de inoportunos somos considerados, un estudio del departamento de Psicología de la Universidad de Milano-Bicocca confirmaba que nuestro cerebro también busca en el rostro de la persona que tropieza información sobre la gravedad de la caída antes de desternillarse. Según la hipótesis de los científicos italianos, el elemento que más proporciona un carácter cómico en una situación desafortunada es la expresión facial de las víctimas: la reacción del observador normalmente será reír solo si encuentra en el otro una cara divertida de desconcierto y no una expresión de dolor o enfado.